domingo, 7 de julio de 2013

Entrevista capotiana a Santiago Montobbio

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Santiago Montobbio.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En cualquier sitio, si pudiera escribir, que es una forma de la dicha. Así me sale de pronto decirlo. Pero luego pienso que la vida tiene sus formas y nosotros sus preferencias, una manera de elegir –si nos dejan– y sentirnos bien en ellas. Así viviría en un pueblo junto al mar, como en el poema de Gil de Biedma. En un pueblo o en una ciudad, o en el campo pero ya cerca del mar, del Mediterráneo que a veces he dicho que sigue siendo de color de vino como en los hexámetros de Homero, o al menos así es para mí, tan nuestro lo siento y tan mío, mare nostrum y verdadera cuna, auténtico nacimiento de nuestra cultura y también y aún más, con ella, de una manera de sentir, percibir y realizar la vida. Cualquier sitio del Mediterráneo sería un sitio mío. Allí podría y elegiría vivir, porque así lo sentiría.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿Qué hay de animal en el hombre? ¿Y cómo un animal puede estar cerca del hombre, representarlo casi? He visto una mirada profundamente humana en algún perro. Se me ha hecho notar la presencia de animales en mis poemas, cosa de la que yo no era muy consciente pero que pienso que entre otras cosas están con valor de símbolo y representación, mujeres con rostro de tortuga y otras figuras que hay quien podría estudiar –y algo se ha hecho en la manera en que en un libro de conversaciones se me ha preguntado por ellos–. Pienso que están como símbolo, y eso quiere decir en sí mismos y más allá de sí mismos. También como una posible representación del hombre. Pero son maneras de decir al hombre, y en este sentido, lo que me interesa, o de lo que hablo es del hombre –que por otra parte es también un animal, y no hay pues en mi sentir o manera de representarlo una frontera o distancia tan tajante. Pero sí: las palabras son del hombre. Del alma. Y hacia él van, se dirigen. Así creo que son las mías. Y, en este sentido, el animal es el hombre o sirve al hombre y a su representación en mis poemas, en mis palabras. Aunque los sienta cerca –a animal y hombre, y así estén en ellos. Pero, en cuanto a estas palabras que escribo, o que ha de escribir el escritor o el poeta, recuerdo ahora la sentencia de Machado: “El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre, no habla a nadie”. Hay que dirigirse y apelar no sólo al hombre sino a lo más noble que tiene el hombre y que es su conciencia, ni que sea para herirla o sacudirla, hacerla vibrar en su raíz, convulsionarla.
¿Es usted cruel?
No. Pero el arte es una manera de hurgar en las heridas. Creo que también lo he dicho, pero lo explico y lo repito, porque siento que en ello hay una forma de masoquismo, claro, pero también de indagación en el dolor y búsqueda de la verdad. Pero de y en uno mismo. Así una vez hice notar que quien quedaba mal en mis poemas siempre era yo.  Quería decir –y creo que puedo sostenerlo– que si a veces hay crueldad o conmiseración o una ironía hiriente es siempre hacia mí mismo y no hacia los demás. A los demás se les desea –les deseo yo en mis poemas, también es verdad– siempre bien. Y en estos poemas es a mí a quien hiero, a quien palpo, ausculto, registro, tomo el pulso. En quien busco y en quien indago. En quien exploro. Y si en esta aventura del arte hay cierta crueldad –y creo que la hay, pues es, sí, como decía, un hurgar en las heridas– la hay siempre hacia mí mismo. Al menos es así en mi caso.
¿Tiene muchos amigos?
“La amistad es fuerza y pasión de la vida”, dice uno de mis poemas, y también que “Yo soy amigo, amigo me he sentido/ desde niño”. Y así es. Creo que la amistad es un don, y uno de los más altos regalos de la vida, y hay que estar predispuesto a ejercerla y saber cultivarla. Desde este sentir, y con esta concepción, soy una persona que ha tenido y tiene muchos amigos, y he sido y soy feliz de tenerlos. Pero –como también aparece en mis poemas– la amistad tiene sus sombras, sus falsedades y hasta sus traiciones, que pueden causar un gran dolor, precisamente por la fe que tenemos en ella y el gozo con que la vivimos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco una cualidad especial en mis amigos, porque las personas son distintas, y así por lo que a mí respecta les dejaría y pediría que fueran ellos mismos. Pero también, al serlo, que fueran personas honestas y tuvieran lealtad, fueran leales en tanto que personas y amigos, con ellos mismos y conmigo. Esta es una cualidad o exigencia que con el tiempo empieza a hacerse cada vez más insoslayable.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
La vida parece a veces ya que no es nada más que una cadena de decepciones, y no escapa a ello la amistad. Que un amigo te decepcione duele especialmente, por la fe que tienes en la amistad y el valor que le das. Pero pasa, te parece que a veces pasa continuamente, y que por tanto la amistad no escapa a este deterioro y degradación constante que se da en la vida. Y duele más. Lo decía y daba sus razones. También por ello contestaba en la pregunta anterior que una cualidad que se hace cada vez más insoslayable en lo que consideras como un amigo y requieres para tenerlo como tal es la lealtad.
¿Es usted una persona sincera?
Sí, soy sincero, en el sentido de que tengo unas convicciones hondas, y actúo conforme a ellas y a mis sentimientos. No abjuro de ellas y adecúo mi comportamiento a este sentir y estos pensamientos. En mi vivir soy fiel a lo que siento y creo. Pero esto no quiere decir que sea una persona a la que le guste decir inconveniencias, o no sepa callarse algo que, aunque lo piense,  crea que a la otra persona puede desagradar o resultar molesto. Porque en la vida hay que callar. Hay que callar sin traicionarse. Es necesario el silencio, que no implica siempre –como dice el dicho– un asentimiento. Hay silencios profundamente desaprobatorios. Hay silencios, también, que sólo callan y no te significan o explicitan tu pensar, que quizá molestaría o heriría, y por eso lo callas. Creo que se puede ser una persona sincera y a la vez no tener ningún deseo de herir a nadie con tus opiniones o pensamientos. Un artista ha de ser sincero, consigo mismo y con su arte, y es normal –me parece– que tenga la sinceridad como un valor esencial y norma de conducta. Pero también hay que convivir. Mi padre recordaba a veces una de las frases célebres de Pi i Sunyer, porque le gustaba y yo la recuerdo porque también me gusta y la encuentro llena de sentido: “Dicen que el que calla otorga, pero yo pienso que el que calla no dice nada”. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En escribir, leer, pasear, charlar con los amigos, escuchar música. Disfrutar del campo, del mar. De los recovecos de mi ciudad. Y también en no hacer nada.
¿Qué le da más miedo?
Me da miedo la oscuridad que hay en el hombre.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estupidez me escandaliza, pero me asombra. A veces parece infinita, adjetivo que la Biblia aplica al número de estultos. Como la maldad. La maldad asombra y hiela por extemporánea y, casi, por irreal, por la sensación de irrealidad que da, quiero decir, ya que sé muy bien que puede no haber nada más real. A uno le escandaliza o asombra lo que siente muy lejano a él y casi no concibe porque él jamás haría, y ni pensaría en ello. Y así está la maldad y la estupidez y la mezquindad y la ruindad, la envidia o el egoísmo, la soberbia, la fatuidad. No sé si me escandalizan –aunque me asombran, en el sentido de que aunque las sepas tan ciertas te parece que no aprendes nunca, y ante alguna de sus manifestaciones te vuelves a asombrar–, porque sé que son verdad y están en la vida y hay que soportarlas, vivir con ellas. También asombra la vida en su regalo. Asombra la generosidad y la verdad, el corazón abierto, el reconocimiento del valor ajeno, la ayuda, la acogida. Pero estas fuerzas positivas y enaltecedoras de la vida asombran pero no escandalizan. Por suerte, en la vida hay también asombros que no provienen de motivos oscuros.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
N.B. Recibí por la tarde la invitación de Toni Montesinos a contestar la entrevista capotiana y le di una ojeada a su cuestionario. A media noche me desvelé y, para mitigar el insomnio, retomé la novela que tenía entre ojos y manos. Pero me acordé de pronto de alguna de estas preguntas y me puse a contestarlas de madrugada. Lo hice sin ir a buscar el cuestionario ni tenerlo delante. Por esto contesté, por ejemplo, dos preguntas de manera conjunta. Ya por la mañana, y con el cuestionario en la mano, me puse a contestar las restantes. Soy aplicado, y quise contestarlas todas; lo soy, sí –aplicado–, pero no tanto, y así tenía en mis manos y ante mi vista el cuestionario, pero no miré las respuestas que escribí de madrugada. Y por esto ha pasado con lo que me encuentro.  Porque ahora veo que una pregunta –ésta– la he contestado dos veces. Son dos respuestas distintas en dos momentos distintos –la madrugada y la mañana–, y las dos fueron sinceras y sentidas cuando las escribí. Por esto quiero dejarlas como están y no hacer ningún refrito ni componenda con ellas. Fieles al impulso del corazón en dos momentos distintos, transcribo tal y como las escribí en ellos las dos respuestas a esta pregunta, la de madrugada y la de la mañana.
Respuesta de madrugada:
Me dedicaría a respirar, o a pasear, o a no hacer nada. A sentir así la vida. De hecho es así como yo escribo. Escribo como quien anda o quien respira. Creo que hasta lo he dicho en un poema. Como quien anda o quien respira, sí, y también como quien no hace nada. Es un gozo escribir, y por esto no lo concibo como un trabajo sino que es algo que vivo de un modo muy distinto, y podría decir por ello que lo siento más cerca del placer de sentirte vivir y casi no hacer nada –de no hacer nada más que vivir,  sentir que por esto y así escribes.
Respuesta de la mañana:
No he decidido ser escritor: se me ha impuesto. De haberlo podido decidir, quizá habría decidido hacer otra cosa. Pero en arte hay que hablar, más que de decisiones, de imposiciones. Quiero recordar a este respecto unas palabras de Manuel Altolaguirre: “El verdadero poeta nunca es voluntario sino fatal”. No obstante, puede decidirse, o, mejor, sentirse que se ha de escribir (mi sentimiento es éste, más que el de ser escritor o menos aún el de querer serlo), y que la vida te lo impida y ponga dificultades para así hacerlo. Sentir violentado tu destino –que es un destino que se ha de cumplir en hacer arte– causa un gran sufrimiento, y vuelve oscura la vida. Pero, como no se decide ser escritor, sino que se siente que has de serlo, y la vida puede a ello ponerle trabas y dificultades, puede darse una situación amarga y que sea difícil de llevar. Hace entonces uno lo que puede. Esto es lo que hace y debe hacer el artista muchas veces, en ocasiones gran parte de su vida –o toda–, y entonces lo que ha de hacer, lo que habrá hecho –como se me pregunta– es procurar conjugar la necesidad irrenunciable de hacer arte con la de otras imposiciones que precisa para vivir, hacer el arte que pueda en estas condiciones difíciles y cumplirse del modo que mejor logre su destino de artista. Y en esta tesitura –que es, por otra parte, tan común– el artista puede preguntarse o se pregunta muchas veces qué ha de hacer, o, mejor, qué puede hacer.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar.
¿Sabe cocinar?
No, pero sé escribir, o quizá, simplemente, escribo. Lo que quiero decir lo dice Adolfo Bioy Casares en unas palabras que me agradan especialmente: “Nadie tiene recetas para escribir bien; podrá tenerlas para evitar determinados errores. (…) A lo mejor ustedes dirán que estos son consejos menores, consejos de cocinero. Lo que pasa es que escribir se parece a cocinar. Yo siempre quise saber algo de cocina, porque suelo imaginarme en un lugar solitario y tener que valerme por mí mismo, y me alarma pensar que no sé nada, porque saber escribir (si realmente sé) equivale acaso a la ignorancia universal en cuestiones prácticas. Entonces pido recetas, pregunto: ¿”Cómo se hace tal plato?” Me contestan: “Es muy fácil. Pones tal cosa y tal otra, en cantidad suficiente”. ¡Cantidad suficiente! ¿Qué es cantidad suficiente? A lo mejor escribir bien consiste en saber, en todo momento de la composición, cuál es la cantidad suficiente”.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A alguien anónimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Dolor. Aunque no tienen por qué estar tan lejos ni disociarse. Si la memoria no me falla, leí muy joven en una novela de Baroja que era lectura escolar algo así como que los poetas riman amor con dolor. No sé –porque no lo recuerdo– si lo decía como una señal de su simpleza, o de su elementalidad, o con ironía, pero la verdad es que amor y dolor comulgan y se conjugan, se complementan y consumen y pueden a veces no darse el uno sin el otro. Y empeñamos en esto la vida. Ya lo dijo Catulo en un verso que es una sentencia y pensamiento y resulta como una condensación de vida y también muy moderno, como hoy escrito: “Odio y amo. ¿Por qué es así, me preguntas?/ No lo sé, pero siento que es así y me atormento”. Así aparecen amor y dolor con frecuencia en mis poemas, como fuerzas que se unen o se necesitan, o simplemente se dan, se pueden dar juntas. Yo hablaba de amor y dolor, y Catulo de amor y odio. Sé que no es lo mismo, pero lo he recordado por la fusión de contrarios que también supone y la consunción que en ella ve y siente. Yo pensaba en el consumirse en esa conjunción de las dos fuerzas o elementos, y él en que el que así sea le atormenta. Pero sí: yo hablo de dolor. Digo dolor, y podría decir muerte, y decir algo de similar sentido. Porque la muerte está en la vida. También el dolor, que es vida. Aunque la desgarre, también le da profundidad y peso, y fuerza, y es fuente de sentir y de creación. No me podrán quitar el dolorido sentir, ¿no? Y desde ese sentir se crea. Desde ese dolor. Y ese amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Evangélicas, es decir, antiguas: amar al prójimo como a ti mismo. De ese amor y respeto sí saldría una política con la que comulgaría.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No sé si podría ser otra cosa. Bueno, no podría,  y ya está. Y por esto no pienso en ello. Recuerdo la belleza con que Borges se expresa en su célebre texto “Borges y yo”: “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perdurar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que algo soy)”. Lo he recordado, digo, por la belleza, porque en ese momento Borges no se refiere a lo que se me pregunta sino a la cuestión del tiempo y la identidad y también la de la permanencia y la perdurabilidad. A mí se me pregunta por un deseo, el deseo de ser otro, y qué me gustaría ser en ese caso. Por mi parte, y en este sentido, puedo decir que me resigno a ser Santiago Montobbio. Quizá no tengo imaginación a este respecto, pero es el único sentimiento que tengo y no pienso en otra cosa. No pienso ni he pensado nunca en ser algo o alguien distinto a quien soy. Claro que, ahora que lo pienso, estoy refiriéndome a que me resulta muy ajeno el deseo o sentimiento de querer ser otra persona, que nunca he tenido. Pero la pregunta dice otra cosa, y quizá esto, como mero deseo imposible o como quien echa una campana al vuelo, me permitiría dejar más libre la imaginación y así podría decir que me gustaría ser agua, viento, fruta, sombra en el verano, río, siesta, árbol, nube, mar y que el agua que dije fuera agua de mar, y las olas en la arena y el cielo sobre el mar y montaña y pradera y sembrado, valle, hoja de otoño, bosque, fronda, campo. Lo que el corazón sueñe y la pregunta permite. Lo que con palabras también escribes. Porque escribes para ser, y eres tú mismo cuando escribes –y de un modo como no lo eres en ningún otro momento–, pero en el escribir están también los sueños y los deseos y los temores y las esperanzas y entre ellos algunos podrían tener la forma de las cosas que he dicho.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
Tengo pasiones. No creo que las pasiones sean vicios. Hay quien ha definido el escribir como una manía o un vicio –y un oficio. Yo creo que es una pasión, la pasión de escribir. Y la pasión de vivir. Pero vivir es también una urdimbre de costumbres y de ritos, más que de vicios, que van anudándose en los días y dándoles su ritmo, su medida. Y en la pasión de escribir y de vivir. Creo que a una persona honesta le ha de ser difícil encontrarse sus virtudes y decirlas. No quiere esto decir que no tenga conciencia de su valor, o como comento –digamos– de sus características. Pero pienso en algo que está en consonancia con lo que decía de que quien siempre queda mal en mis poemas soy yo, y es que la propia estima no es algo, al menos en mi caso, que pase por delante, o a lo que dé preferencia. Disfruto enormemente con los logros de los otros, así sé vivirlos. Ahora que lo pienso, esto quizá es una virtud. Pero tengo que pensarlo. Porque las propias virtudes, para el hombre honesto, están escondidas, o así me lo parece o siento, y tendría que preguntarse por ellas. Las virtudes hay que buscarlas, uno siente que tendría que parar a pensárselas y buscarlas. En y junto a este sentimiento pienso ahora, como digo, que hay una virtud. Dice una virtud. Y supongo que podría decir más, si siguiera en esa busca y esa pregunta. Sí. Creo que si me molestara y tuviera ganas, podría preguntarme por mis virtudes y que quizá hasta encontraría alguna. También que acaso para otros estas virtudes serían defectos. Porque creo que, en todo caso, más que de vicios, podría hablar de defectos, y también, como ahora apunto, no hay que olvidar que auténticas virtudes –la lealtad, la honestidad, la generosidad, la misma bondad– en el carácter o comportamiento para muchos en el fondo son –lo digan o no– necedades o tonterías, torpezas que dificultan la vida. También así entiendo estos defectos de que hablo, defectos morales, digamos, que hasta pueden ser virtudes, e incluiría también los defectos de estilo –que son características. Y, en cuanto a ello, recuerdo ahora un poema de mis 20 años e incluido en mi primer libro, Hospital de Inocentes. Se titula “El día menos pensado” y dice así: “Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas/ pero sí me has oído decir con insistencia/ que el día menos pensado voy a procurar/ olvidarme la inocencia y la ternura/ sobre el mostrador de cualquier casa de empeño./ Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho./ Porque sabes que soy terco y mucho más/ en lo que concierne a mis defectos./ Entre esos dos aún sigo viviendo”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi vida son imágenes. Estoy lleno de imágenes. Y las digo. Cada vez que escribo un poema o una prosa me ahogo. Escribo, quiero decir, de un modo último, como si fuera mi último respiro. Las imágenes de esos ahogos están en mis poemas. Es lo que puedo responder, y de lo que cabe deducir que me he ahogado muchas veces y el ahogo resulta para mí una experiencia común. Porque, si pienso en tu pregunta, debo decir que mis poemas son los poemas de un ahogado. Los he escrito así.

T. M.